No puedo más

¡No puedo más!

¿Alguna vez has dicho esto?

¡Felicidades! Ahí es cuando estás lista para recibir milagros y magia.

Cuando finalmente te rindes, cuando entregas el control, cuando lo único que deseas es estar bien, lo que sea que eso signifique.

Crecimos en la cultura del NO TE RINDAS. ¿Y si rendirse fuera la llave?

Hace mucho aprendí una lección. Cuando teñía como 28 años, el que era mi novio entonces, tuvo un accidente donde tuvo fractura de cráneo. Los pronósticos no eran alentadores y entré en un estado de ansiedad horroroso por miedo a que muriera.

Fueron días eternos y en una de las visitas al hospital llamaron a sus familiares para anunciar que el asunto se había complicado. No esperé y salí corriendo del hospital sin rumbo y lloraba a cántaros. No quería que ocurriera lo peor.

Terminé en una inglesa donde jamás había estado antes. El cura hablaba de la rendición, de dejar el control y de permitir que Dios obrara. Y yo lloraba sin parar. El sacerdote hablaba de nuestra vida cotidiana y yo lo entendía según lo que estaba viviendo.

Recuerdo su voz diciendo TODO ES PERFECTO. Suelta el control, vive y confía.

De repente a la hora de la paz, del extremo opuesto de donde yo estaba parada salió una niña como de 7 años y cruzó toda la iglesia dirigiéndose a mí, me dio la mano y me dijo: “La paz sea contigo”.

Acto seguido mi pensamiento fue: “Solo quiero fuerzas para vivir lo que sea que vaya a pasar. Me rindo.”

Cuando terminó la misa, busqué a la niña y no la encontré. Para ese momento yo ya había dejado de llorar y una sensación desconocida hasta ese momento para mí abrazaba a mi alma.

Me sentía tranquila, me sentía segura, me sentía en paz. 18 de marzo de 1998, ese fue el día en que dije: hoy conocí a Dios.

¿Para qué te comparto esto?

No lo sé. Seguro alguien que no sé quién es, necesita leerlo. Si eres tú, te mando un abrazo y te digo: RÍNDETE Y CONFÍA.